Y los trenes chocaron

Insisto en que no escribiré sólo sobre política, pero hace una semana que abrí este blog y estos días no se habla de otra cosa. En Cataluña, desde que se empezó a reformar el Estatuto de Autonomía allá por el año 2004, vivimos días históricos a menudo. Pero los últimos lo han sido de verdad, porque realmente el país cambia de un día para otro.

El 1 de octubre #1Oct se produjo el esperado choque de trenes. No esperaba que los pasajeros resultaran literalmente heridos, pero para unos 900 así fue. Aunque por las redes y los medios hayan corrido también algunas imágenes falsas o manipuladas, la mayoría demuestran que a la Policía Nacional y a la Guardia Civil se les fue la mano a la hora de aplicar unas órdenes que, además, no tenían sentido. El problema es que quien las dio vive al margen de la realidad e igual hasta se cree que la democracia es la ley y se impone por la fuerza.

El #2Oct seguíamos analizando y reaccionando con perplejidad a todo lo que pasó el domingo, pero el siguiente día histórico fue el martes #3Oct. Cataluña se paró para condenar la violencia, en una especie de huelga general organizada en pocas horas cuyo mensaje creo que llegó al mundo: aquí todos queremos paz. Por la tarde en la plaza de la Universitat, me sentí un poco extraño porque aquello parecía una manifestación independentista, con muchos gritos de independencia y unas «esteladas» de un tamaño descomunal. Pero éramos unos cuantos los no independentistas que también necesitábamos manifestarnos contra la violencia del domingo. Sólo me sorprendió la psicosis por la presencia de policías infiltrados: seguramente los había, y muchos, aunque no pudieron ni tuvieron que hacer nada más que soportar los gritos de los manifestantes cuando los identificaban. Le pregunté a gente que les gritaba «infiltrats!» cómo los habían reconocido y me dijeron que porque no hablaban catalán y no gritaban «independencia!». Eso me preocupó, la verdad: estoy convencido de que gritaron «infiltrats!» a más de un grupo de turistas.

Esa misma noche, sin ser Nochebuena, el rey Felipe VI se dirigió por televisión a los españoles. Yo también lo VI aunque, a diferencia de todos los catalanes que han aparecido decepcionados, ya no esperaba otra cosa de él. La Corona es una institución inútil en cualquier circunstancia y, desde luego, sería maravilloso que en estos momentos protagonizara una excepción como la del 23-F, pero parece que ya no toca.

El #4Oct habló el presidente «sedicioso» para no anunciar todavía que va a proclamar la independencia. Puigdemont expresó la decepción por el discurso del rey y reiteró su disposición a hablar con la otra parte. No es poco.

Después de todo esto, la racionalidad sólo nos puede llevar a pedir negociación o, como mínimo, diálogo. En tres días han aparecido ofertas de mediación de todas partes: Podemos, el PSC, Íñigo Urkullu y hasta la Conferencia Episcopal. Yo humildemente creo que, dada la gravedad de la situación, lo mejor sería recurrir a profesionales porque, además, hay más de 900 mediadores ya dispuestos a ayudar. El presidente Puigdemont dice que acepta la mediación, pero el presidente Rajoy se ha apresurado a rechazarla. No me extraña: el PP lleva años construyendo este enfrentamiento y no tiene ninguna intención de superarlo, a pesar de que ello constituya una grave irresponsabilidad. Lo que no entiendo es qué hace Pedro Sánchez reuniéndose con Rajoy y no con Pablo Iglesias para urdir la moción de censura que España necesita urgentemente para no cargarse ni la unidad ni los derechos humanos.

El diálogo será difícil porque hace años que ambas partes viven en realidades paralelas, construídas a partir de diferentes medios de comunicación. El 1 de octubre, tanto Rajoy como Puigdemont salieron a revindicar la democracia y las leyes, pero con sentidos totalmente opuestos. El primer trabajo de los mediadores será encontrar un lenguaje común. No me refiero al idioma sino a la manera de relatar lo que nos está pasando. Creo que la mayoría de la gente en Cataluña (y algunos también más allá) somos capaces de verlo y explicarlo sin las anteojeras que impone cualquier hoja de ruta. Y seguramente los federalistas, o los que el 1 de octubre votamos algo diferente del sí, podemos verlo todavía con más claridad. Todos los que veáis sólo a una de las dos partes manipulada por los medios y desconectada de la realidad, es que formáis parte de la otra.

Pero estos días estamos todos demasiado nerviosos. La incertidumbre está llegando a provocar miedo, aunque no sepamos exactamente a qué. A mí sólo me da miedo el miedo. Que los bancos y grandes empresas trasladen su sede social fuera de Cataluña me preocupa relativamente, pero que la gente se lance en masa a sacar su dinero de esos bancos es lo que puede provocar la caída. También he oído quien, en un impulso atávico en un país que sólo hace 80 años que vivió una guerra, quiere tener por si acaso la nevera llena (sin tener en cuenta que, si realmente estallara una guerra, igual nos cortaban la luz y se echaba todo a perder).

Compañer@s, vecin@s, amig@s: calma. El bloqueo institucional (más allá de los ayuntamientos) es absoluto, pero la vida sigue a pesar del WhatsApp y las redes sociales. Exijamos a nuestros políticos que inventen las maneras de seguir circulando tras el choque de trenes. Impliquémonos en buscar soluciones, si las vemos. Pero preservemos lo más preciado que tiene esta sociedad: la convivencia y la capacidad para salir adelante en cualquier circunstancia.

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