El espejo de la pandemia

Dicen los optimistas que la crisis de la Covid-19 también nos abre oportunidades para construir un mundo mejor. No sé si seremos capaces de aprovecharlas, pero lo cierto es que está haciendo aflorar absolutamente todo lo mejor y lo peor que teníamos. A todos los niveles, desde el más personal hasta el de la política mundial, estos días muchas reflexiones acaban constatando que el espejo de la pandemia nos enfrenta a nuestras propias virtudes y miserias, a la vez que nos muestra claramente lo que importa y lo que no.

De entrada, el propio virus pone a prueba la salud y el sistema inmunitario de cada uno. Estar sano no es garantía de nada, pero hay enfermedades previas que –incluso ya curadas o cronificadas– te convierten en «colectivo de riesgo». O sea, que te «redescubre» esas enfermedades.

Espejo en casa

Luego están todos los problemas derivados de confinarnos en casa con la familia: si no estabas bien con ellos, ahora estás peor. Y si tu pareja es un maltratador, ahora no tienes escapatoria. El confinamiento también nos recuerda que hay familias extensas viviendo en pisos de 40 m2 con poca luz y sin balcón, mientras otras disfrutan de jardines privados donde cabría hasta un hospital de campaña. El virus se ceba especialmente en algunos barrios pobres de la ciudad, que ya lo eran antes, pero donde ahora cada vez hay más familias preocupadas no ya por llegar a fin de mes sino por comer esta semana. Los trabajos más precarios son los primeros que desaparecen, así que en esta crisis cada uno ve el nivel real de precariedad del que dependía. Todo esto en áreas metropolitanas donde el aire ha empezado a ser respirable (porque no lo era). En el campo y en los pueblos pequeños, si no los colonizamos de golpe los urbanitas, se organiza mejor la respuesta a la epidemia y a la crisis porque, aunque tienen sus propios problemas, en general son lugares mejores donde vivir.

En lo político, deberíamos haber aprendido que donde realmente se resuelven las cosas es a nivel local y que la emergencia no justifica arrebatar ni invadir competencias de otros, porque quien mejor puede gestionar una crisis son los especialistas de cada ámbito, los que ya trabajaban en ello antes de que se desatara la locura. Pero en España, el gobierno de Pedro Sánchez optó por concentrar el poder con el estado de alarma y en Cataluña, el de Quim Torra se dedica a quejarse todos los días e intentar actuar como si no le hubieran quitado esas competencias, en vez de centrarse en las que nadie cuestiona, como las residencias de personas mayores, donde han dejado morir a tantas… Dedicarse cada uno a lo suyo y cooperar en todo lo que sea necesario sería propio de un estado federal que no tenemos: ambos gobiernos se pisan constantemente y así nos recuerdan que tenemos un conflicto nacional (entre nacionalismos) no resuelto. A ver si algún día…

En el plano internacional, cada país reacciona a la emergencia de la Covid-19 demostrando también sus debilidades y fortalezas. La Unión Europea se caracteriza por la desunión y resulta ineficaz para hacer frente a la crisis (como para tantas otras cosas). En Estados Unidos muere todavía más gente porque no tienen sanidad pública y porque su pobre democracia ha puesto a un loco al mando. China consigue frenar mejor los contagios porque aplica medidas disciplinarias y de control que en las democracias europeas ni estamos dispuestos a asumir ni seríamos capaces de cumplir. Hace años que la falta de democracia cotiza al alza porque es más competitiva en el mercado capitalista globalizado. Y hace siglos que la mentalidad occidental es más individualista que cualquier filosofía oriental, naturalmente orientada hacia la colectividad. Por eso aquí nos cuesta tanto ponernos mascarillas que no nos protegen a nosotros sino a los demás.

En todo caso, para frenar esta pandemia tenemos que pensar y actuar como colectivo a todos los niveles. Como dice el arqueólogo Eudald Carbonell, necesitamos conciencia de especie. Y si no somos comunistas como los chinos, pues tendremos que reforzar los vínculos y la organización comunitaria, desde la base de los balcones hasta el conjunto de la Humanidad. Y recuperar valores olvidados como la fraternidad o la «amistad cívica» de Aristóteles. El espejo de la pandemia nos enseña que la crisis de la Covid-19 nos ha pillado con los niveles muy bajos precisamente de estos valores.

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